Este ruso que este año cumplirá los 27 años está considerado como, ya no el mejor del mundo, sino uno de los más grandes de todos los tiempos. Su carisma y destreza sobre el hielo han aumentado la pasión por esta disciplina.
A los cuatro años, llegaron a sus manos unos patines. Y comenzó a usarlos. Su endeble figura le obligó a refugiarse en el deporte, para superar una grave neumonía. La procedencia humilde de su familia no le ayudó a progresar en su carrera por lo que decidió ir a San Petersburgo para poder aprender de los mejores. Pero para ello tuvo que vivir solo desde los once años. Fue ayudado por varias familias y entrenadores, hasta que uno de ellos, Mishin, le pagó la residencia también a sus padres. A los quince años ya recogían los frutos, disputaba su primer campeonato del mundo, en el que quedó segundo.
El sacrificio de su familia fue recompensado mucho más en el año 2000 cuando con 18 años se proclamó campeón del mundo. Su talento innato hizo que comenzase a saltar antes que cualquier patinador, compitió en categorías seniors antes que los demás, pero sobre todo, innovó y se atrevió con los límites que antes no se habían podido superar.
Con 20 años disputó sus primeros Juegos Olímpicos. Fue una gran experiencia aunque no conseguiría la victoria. Yagudin, su principal rival y mayor que él dos años, se llevó el oro. La decisión de los jueces fue polémica, pero las graves lesiones que sufrió ese año fueron un gran lastre. Su calidad le llevó a ganar la mayor parte de los grandes campeonatos que se disputaron posteriormente. Campeonatos de Europa, del mundo y de nuevo los Juegos Olímpicos.
Sus condiciones eran tan extraordinarias que introdujo giros y saltos imposibles para el resto de patinadores. Fue el primero en la historia que hizo una serie de tres saltos consecutivos: (4-3-3) cuádruple toeloop, triple toeloop y triple loop, 10 vueltas en menos de 3 segundos. Durante la temporada del año 2001 consiguió hasta 13 veces la marca perfecta, un 6.0.
Con Yagudin la lucha fue feroz tanto por los títulos como por su entrenador, Alexei Mishin, que finalmente optó por él y no por su rival. Después de 4 Copas de Rusia, dos victorias en el Grand Prix, tres títulos de campeón de Rusia, tres títulos europeos, dos mundiales y una medalla de oro en los Juegos de 2006, Plushenko, con 24 años decidió retirarse.
Las lesiones de rodilla le llevaron a abandonar la competición. Y durante estos últimos cuatro años ha intentado vivir intensamente. Dio rienda suelta a su imaginación y se presentó en 2008- el mismo año que se presentó Rodolfo Chikilicuatre- a Eurovisión con Dima Bilán y la canción Believe, y, cómo no, ganaron el concurso. Rusia conseguía por primera vez una victoria en el Festival de la Canción Europea. Su vida personal también dio bastantes giros. Un matrimonio, ser padre, divorcios…
Su vida siempre había sido patinar y, tras cuatro años de ausencia, el mejor patinador del mundo decidió regresar a las pistas. Tras tres meses de entrenamiento pensó que era suficiente y sorprendentemente los éxitos no tardaron en llegar. Dominó la Copa y el Campeonato de Rusia. Pero tras una larga inactividad la prueba importante sería el Campeonato de Europa celebrado hace escasas semanas. En él Evgeni le demostró al mundo del patinaje y a sí mismo que no tiene rival o, mejor, que su único rival es sí mismo.
Plushenko ha conseguido innovar en un arte de pura técnica y sensibilidad. Ha introducido un elemento lúdico y espectacular a la elegancia y delicadeza de insinuarse sobre el hielo. Desde hace tiempo se sabe el mejor, y lo demuestra en cada movimiento, en cada exhibición.
Fuente: lavanguardia.es
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